miércoles, 22 de agosto de 2012

Todos somos Todo


Todos sabemos teóricamente quiénes y qué somos. Además apuntamos una gran certeza en la pureza de nuestra raza. Yo digo: me llamo Fátima, soy de un pueblo muy pequeño y rural al Norte de Marruecos dónde nací y dónde nació toda mi familia. Soy puramente jblía, (en el idioma de mi pueblo) o montañesa [jbel = montaña]. Soy puramente marroquí, y debo ser musulmana porque en la tierra dónde nací se profesa esa religión. Nos basamos en nuestros antepasados inmediatos, y en lo que nuestra memoria familiar alcanza.
Pero profundamente, nadie podemos tener la certeza de qué elementos forman nuestro verdadero linaje. Sí, soy marroquí, pero, ¿quiénes fueron mis tatarabuelos? Y ¿quiénes fueron los tatarabuelos de mis tatarabuelos? Y…. ¿los tatarabuelos, de los tatarabuelos de mis tatarabuelos?
Lo único inamovible es la tierra donde nacimos y donde se asentaban los que nos engendraron y lo subjetivo es todo el conjunto de circunstancias sociales, políticas, espirituales y de cualquier aspecto de carácter dogmático y doctrinal, tanto civil como religioso que conforman el carácter patriótico de cada grupo; y esto último es lo que tenemos en cuenta a la hora de decir quiénes somos y qué somos con certeza.
 Esa tierra ha sido escenario de la presencia de múltiples tribus de diferentes razas con todas las peculiaridades que tiene cada una. Algunas autóctonas, otras procedentes de numerosísimos movimientos tribales en masa, y movimientos familiares particulares. Se han creado mezclas étnicas por colonizaciones decimonónicas, invasiones medievales y modernas, y evoluciones indígenas. De eso sí podemos estar seguros. Nací en lo que ahora es Marruecos, y en lo que en la antigüedad era Lixus… Pero no puedo decir, soy puramente marroquí genéticamente, sino marroquí legalmente o civilmente. Como también soy española legalmente y civilmente, pero aquí en España ocurre lo mismo.
No hay que olvidar la confluencia racial y étnica que en la primera mitad de la Edad Media se experimentó en la Península Ibérica. Tampoco hay que olvidar que todos somos de todo si lo miramos desde este punto de vista, y, sin tener en cuenta connotaciones espirituales y religiosas, sí podemos ser todos hermanos y familias de todos.
Podemos tener ascendencia vikinga, podemos tener ascendencia egipcia, indoeuropea, griega, romana, árabe, rusa, china, y me atrevo a ir más allá y podemos decir que todos tenemos estos mismos elementos comunes en nuestros genes. Cambia el escenario inamovible físico y geográfico en donde hemos nacido y crecido cada uno de nosotros, y las circunstancias intangibles a las que nos hemos adaptado, pero al final nadie sabe separar lo primero de lo segundo.
A ojos de mis familiares, debo ser musulmana, porque es la religión que impera en mi lugar de origen, y si me apuro, en el país donde nací. Y a ojos de mis amigos y de mi entorno vital, debo ser cristiana católica, o como mucho (en vista de que los tiempos cambian) laica. Yo personalmente no profeso ninguna religión en especial, pero me atraen todas ellas, e intento comprender todas ellas y a todos los que las siguen. Tengo mis diferencias, y mis afinidades, pero al fin y al cabo la religión se lleva por dentro y yo tengo muy claro en lo que creo. Pero, el gran conflicto se plantea cuando miembros de mi familia cercana, critican mi laicidad o el hecho de que no practique la religión musulmana, e indirectamente me califican de infiel e impura. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Quién me obliga a hacerlo? ¿De qué depende el mundo si lo practico o no? Me convierto en la apestada de la familia cuando muestro sin tapujos mi espiritualidad personalizada. Yo he nacido en Marruecos pero no por eso debo ser musulmana. Si hubiera vivido ahí, lo más seguro que sí lo hubiera sido porque ése hubiera sido el entorno que hubiera tenido. Pero he tenido la oportunidad de estar cerca de muchas personalidades, y he tenido la oportunidad de informarme sobre tiempos pasados, presentes y teorías acerca del futuro. Y puedo tomarme la libertad de llegar a la conclusión de que nací en marruecos, pero jamás podré decir qué soy. Igual que tú, igual que todos.
Al fin y al cabo, la obligatoriedad de tener una creencia u otra, viene de la imposición antigua ejercida por los grupos de poder para tener controladas a sus minorías sin que esté ÉL presente. Estas imposiciones eran elementos de poder de los “de arriba”, para someter a los de “abajo”. Eran herramientas muy poderosas y útiles de control y lo más barato y rentable para ejercer dicho control. Era elemento diferenciador entre varios grupos y dinastías, y elemento unificador dentro de ellos con lo que se garantizaban la subordinación y fidelidad de los súbditos. En vista de que el Rey, el Faraón, el Emperador, el César, no tenía la capacidad de tener todo controlado y a falta de tecnologías que pudieran permitirlo, apelaba a la presencia de algo TODOPODEROSO que todo lo ve y que garantizaba castigo a los inmorales y premio a los de conducta correcta, al mismo tiempo que garantizaba cierta tranquilidad al Poderoso Terrenal.
Actualmente, lo más fácil es apelar a lo que conforma la personalidad exterior de cada uno para formar grupos de mismos intereses y al final siempre existen luchas entre estos grupos por defender algún tipo de supremacía de los unos contra los otros. Pero siempre nos olvidamos de lo que hay detrás de nuestro color de piel, nuestro color de pelo, o aspectos tan superficiales como la ropa y el estilo. Me atrevo a decir que para que una religión tenga su máxima validez, debe profesarse con la fe verdadera en aquello en lo que se cree atendiendo a la libertad espiritual de cada uno sin tener en cuenta la fe colectiva que se ha ido enraizando más por motivos políticos que por motivos espirituales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario